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EN RECUERDO DE JOSÉ MARÍA DE LA CUESTA

Dr. José Miguel Embid Irujo - Universidad de Valencia

Hace tan sólo una semana nos dejó José María de la Cuesta, catedrático que fue de nuestra disciplina, prestigioso abogado, publicista infatigable, maestro de tantos discípulos… y muchas cosas más que el modesto formato del commendario no está en condiciones de recoger, aunque el generoso lector, a buen seguro, podrá suplir con facilidad esta insuficiencia. A pesar de ello, me decido a pergeñar estas líneas en obsequio a la memoria de José María, de cuya cordial amistad fui beneficiario a lo largo de tantos años.

Hay, bien establecidas, algunas pautas a las que un escrito como el presente debiera ajustarse, con especial notoriedad cuando se trata, como en el caso del profesor de la Cuesta, de un universitario relevante. Una de las primeras consiste en poner de manifiesto los principales hitos de su trayectoria académica, así como su significado dentro de la disciplina concreta a la que dedicó sus afanes. No es difícil destacar la posición que José María ocupaba entre los cultivadores académicos del Derecho mercantil; discípulo del profesor Jesús Rubio, nuestro compañero desplegó una extensa, profunda y decidida actividad como docente e investigador, tal y como se refleja en su impecable hoja de servicios y en el elenco, verdaderamente poco común por su alcance y calidad, de sus publicaciones.

Destacaré, por ello, su labor como profesor universitario en muy diversos centros docentes, de entre los cuales conviene mencionar ahora a la Universidad Complutense y también a la Universidad de Navarra. En ambas dejó a sus muchos alumnos un valioso legado de rigor y de cordialidad, combinación ésta no fácil de lograr, como es notorio. Para José María de la Cuesta, cuya firmeza de carácter resultaba legendaria, era, sin embargo, el asunto más sencillo; y no sólo por aquello de que “lo cortés no quita lo valiente”, sino porque asumía con naturalidad todos los pliegues de su carácter y, por supuesto, de las circunstancias que le rodeaban. Que estas últimas no satisficieran siempre sus más arraigadas creencias y que, es más, fueran derechamente en contra de las mismas, no le condujo, por el contrario, a la exasperación o al abandonismo, dos peligrosos extremos respecto de los cuales, por lo que se me alcanza, quiso siempre José María poner la mayor distancia posible.

A la hora de justipreciar su desempeño como investigador del Derecho mercantil, lo primero que salta a la vista, tras un somero examen de su cuantiosa producción, es la variedad de temas que trató, la amplitud de sus intereses intelectuales, así como el registro siempre templado y seguro que imprimió al tratamiento de cualquier asunto. Y como muestra, aquí va un señalado botón; cuando el Derecho de sociedades de Estados Unidos no pasaba de ser, entre nosotros, algo más que una remota entelequia, dedicó José María, que había ampliado estudios en diversas universidades de dicho país, una extensa monografía (La acción como parte del capital y como título en la sociedad anónima norteamericana, Madrid, 1972) a una de las cuestiones centrales de la disciplina societaria.

Esa capacidad para distinguir y apreciar los temas novedosos, insertándolos en los moldes de un adecuado tratamiento jurídico, se trasladó a otras vertientes de nuestra disciplina, desde el Derecho de obligaciones y contratos, con una memorable aportación inicial sobre el leasing, hasta la materia concursal, pasando, de nuevo, por el Derecho de sociedades, para recalar, como auténtico descubridor, en el Derecho de la publicidad comercial, con una hijuela significativa en el proceloso terreno de la competencia desleal. A esta vertiente jurídica dedicó nuestro compañero esfuerzos valiosos y continuados, como pone de manifiesto la extensa bibliografía disponible (manuales, ensayos, artículos, comentarios de jurisprudencia, etc.), hasta el punto de convertirse en el referente seguro de la dimensión jurídica del fenómeno publicitario, desde hace tiempo muy acreditada en la doctrina jurídica española.

Ese gusto por lo monográfico, que, si se me permite la licencia, constituía el núcleo íntimo de la dimensión científica de José María, no impidió, sin embargo, la elaboración y la promoción de obras generales sobre el Derecho mercantil, como disciplina jurídica sustantiva, o sobre partes concretas de su contenido, señaladamente, el Derecho de contratos. En esta vertiente, también el profesor de la Cuesta supo aportar su grano de arena para coordinar equipos de jóvenes investigadores, muchos de ellos discípulos directos suyos -de los que quiero destacar ahora al profesor Eduardo Valpuesta-, al servicio de algunas misiones ineludibles que la complejidad jurídica contemporánea ha hecho de realización sumamente difícil para el investigador individual.

En los últimos tiempos, y saliendo, de nuevo, de los caminos más o menos convencionales, había dirigido su atención a temas de orden genérico, susceptibles de ser considerados fundamentales, no sólo por servir de base a significativas elaboraciones conceptuales, así como a normas de indudable trascendencia, sino por exteriorizar vivencias y valores básicos de la sociedad. Su inclinación por el liberalismo como doctrina, o, sería más exacto decir, por la libertad como valor le hizo prestar atención a asuntos varios, buena parte de los cuales se encuentran en el centro de los más intensos debates de nuestro tiempo y, en particular, del Derecho relativo al mercado y la empresa (la responsabilidad social de la empresa, las relaciones entre Economía y Derecho, el papel del mercado, el orden jurídico de la libertad económica, etc.).

Con la salud ya quebrantada todavía pudo ver un ejemplar del Liber Amicorum que, por iniciativa de sus discípulos, le dedicamos amigos y compañeros, bajo el singular título de Delendus est Leviathan (Madrid, Wolters Kluwer, 2020), fórmula ésta que, como una suerte de divisa existencial, reflejaba con nitidez el “fondo insobornable” de José María de la Cuesta.

He querido utilizar esta última fórmula, tan característica del pensamiento de Ortega, porque me parece que sintetiza adecuadamente la razón de ser del compañero y amigo al que ahora rememoramos. Y también es de Ortega un calificativo que, dedicado a Unamuno con motivo de su fallecimiento, cuadra a la perfección al desempeño humano y profesional de José María de la Cuesta; si el rector de Salamanca, era, al decir de nuestro filósofo, “de un coraje sin límites”, también el profesor de la Cuesta mostró siempre un firme y decidido carácter al servicio, eso sí, de unas convicciones religiosas profundamente arraigadas, de las que dio testimonio constante a lo largo de su fecunda vida. Descanse en paz.