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EFRAÍN HUGO RICHARD, IN MEMORIAM

Dr. José Miguel Embid Irujo - Universidad de Valencia

Acaba de fallecer Efraín Hugo Richard, destacado jurista argentino, brillante profesor universitario, académico insigne…y muchas cosas más, cuyo detalle no cabría en este breve texto que escribo en su recuerdo por la gran amistad que nos unió durante más de tres décadas. Glosar una personalidad tan rica como la de Hugo (utilizaré el nombre con el que siempre le traté) no es tarea fácil, por lo que otras personas, con más títulos y conocimiento que yo, acreditarán con toda nitidez lo que en este modesto documento sólo puede quedar escasamente dibujado.
Ha sido el Dr. Richard una gran figura del Derecho, mercantil, como se dice en España, o comercial, según se prefiere en Argentina y en otros países iberoamericanos. Su amplísima obra escrita -de la que aquí no daré referencias concretas, por ser sobradamente conocidas- se extiende a multitud de temas mercantiles, con especial predominio del Derecho de sociedades y también del Derecho concursal. Sin perjuicio de los numerosos trabajos dedicados de manera específica a cada una de estas disciplinas, debe destacarse la frecuencia con la que nuestro amigo se ha ocupado de ambas con arreglo a un planteamiento conjunto; o, dicho con más exactitud, abundan en su obra científica estudios en los que el planteamiento societario va acompañado de inmediato con el apunte, el dato o la orientación concursal.
Esta forma de proceder trae consigo grandes ventajas no sólo para el análisis abstracto u objetivo de la institución estudiada, sino, sobre todo, para el lector interesado en las cuestiones jurídico-mercantiles y de naturaleza empresarial. Y es que, a través de su consulta, puede ese mismo lector, sin especial esfuerzo por su parte y gracias al citado planteamiento, conseguir las claves fundamentales del problema analizado, al tiempo que se vislumbra el camino para resolver los asuntos más complicados.
De manera que Hugo no ha sido sólo un destacado estudioso de la disciplina, un investigador científico, con la terminología al uso en el ámbito universitario, concentrado en su propio saber; un “jurista de gabinete”, en suma, como decía, con perspectiva no precisamente favorable, el profesor Joaquín Garrigues, el mercantilista más relevante en España a lo largo del pasado siglo. Con ese propósito de no aislarse “del mundo exterior”, podríamos decir, ha preocupado a nuestro amigo, desde que comenzó a publicar trabajos relativos al Derecho mercantil, el objetivo de conseguir resultados idóneos desde el punto de vista de la realidad empresarial, a la que dicha disciplina jurídica intenta dar forma, sentido y finalidad.
Por tal razón, se advierte en la obra del profesor Richard un indudable propósito pedagógico, buscando las palabras y las razones para expresar debidamente su pensamiento y que esa forma de pensar resultara no sólo transparente, sino también útil. Así se advierte con el uso repetido de algunas nociones básicas, que impregnan toda su obra, desde la idea de considerar al Derecho de sociedades como un conjunto de “relaciones de organización”, hasta la frecuente invocación conjunta de términos relevantes (“Libertad y Responsabilidad”) como líneas maestras o vectores de la experiencia jurídica y no sólo en lo que atañe, de manera específica, al Derecho mercantil.
Y aunque Hugo no ha sido, como ya he dicho, un jurista de gabinete, tampoco puede calificársele plenamente como un operador jurídico -si seguimos utilizando los tópicos de nuestro tiempo- individualista. Sin perjuicio de sus personales puntos de vista, nuestro amigo ha buscado y promovido en todo momento el trabajo en grupo, la formación de equipos, el desarrollo de actividades diversas (congresos, seminarios, jornadas de diversa naturaleza y contenido, etc.) con la finalidad de conseguir un saber más depurado y amplio mediante la participación y el diálogo.
Muchos son los ejemplos que podrían aducirse a tal efecto y no tendríamos desde luego espacio suficiente para intentar recogerlos todos; sí conviene decir que gran parte de esas iniciativas lideradas por el profesor Richard surgían desde los centros académicos donde tenía especial presencia, como son la Universidad Nacional de Córdoba, en la que ejerció como catedrático (según la terminología española) durante décadas, siendo en la actualidad profesor emérito, y la Academia Nacional de Derecho y Ciencias sociales de esa misma ciudad argentina, a la que prestó extraordinarios servicios con motivo de su pertenencia a ella como académico de número.
Tuve oportunidad de conocer a Hugo, precisamente, con motivo de la organización por él de una de esas actividades en las que el trabajo en grupo constituía su esencial razón de ser; me refiero, más exactamente, al Congreso de Derecho de sociedades que tuvo lugar en Huerta Grande, en la Sierras de Córdoba, en 1992. Allí estaba toda la Argentina jurídica, desde luego la relacionada expresamente con la perspectiva jurídico-mercantil, pero también nos hicimos presentes algunos juristas europeos, con particular relieve de los españoles.
Aquel congreso, cuyos resultados científicos se reflejaron luego en cuatro amplios volúmenes, sirvió para iniciar una amistad que se ha mantenido incólume hasta nuestros días. Muchos han sido los momentos de encuentro personal, así como de intensa y efectiva colaboración, bien en Argentina, bien en España, interviniendo con frecuencia de manera conjunta, “toreando al alimón”, como se dice en el mundo taurino, para distinguir el hacer entre dos de manera simultánea.
Hugo no necesitaba presentación en España, donde era (y es) suficientemente conocido y reconocido por tantos valiosos mercantilistas. Yo sí necesitaba, en cambio, de su ayuda y apoyo para ir familiarizándome con las peculiaridades del Derecho comercial argentino, al tiempo que su amistad me sirvió para conocer y tratar a muchos y muy distinguidos colegas argentinos. No me resulta posible dar cuenta de todos los vínculos que he llegado a establecer con este país hermano y con tantos relevantes juristas; me limitaré a particularizar ese amplio conocimiento con la mención exclusiva de Daniel Vítolo, muy destacado jurista y relevante profesor universitario, ocupado en estos momentos en exigentes tareas de ordenación y gestión jurídica, como Inspector General de Justicia de la Nación.
La última colaboración con Hugo (no pensaba yo que fuera a ser así) se dio con motivo de la constitución de Iberodemer, el Círculo Jurídico Iberoamericano de Derecho Mercantil, cuya existencia se ha hecho posible por la ayuda de tantos colegas de distintos países y, en particular, por el apoyo recibido de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, de Lima, en la persona del entonces Decano de su Facultad de Derecho y Ciencia Política, el profesor Víctor Toro Llanos, y con especial protagonismo de la Dra. María Elena Guerra Cerrón.
Era sorprendente, a la vez que admirable, ver a Hugo con motivo de las sucesivas reuniones mensuales que celebramos en Iberodemer; asistía a todas ellas e intervenía con particular acierto, ofreciendo la depurada síntesis de su saber y de su experiencia. Para comprender debidamente su esfuerzo, hay que decir, además, que no eran pocos los inconvenientes derivados del desfase horario entre los distintos países; la hora habitual de nuestras reuniones no tenía una adecuada correspondencia en Argentina, a pesar de lo cual allí estaba siempre Hugo, con sus cascos y sus continuas y sucesivas precisiones.
En Iberodemer he tenido oportunidad de coincidir con Soledad, hija de Hugo y destacada jurista, desde luego como escribana (o notaria, según los países) pero también como profesora de Derecho comercial en la Universidad Nacional de Córdoba. A Soledad y a toda la familia, con especial recuerdo a Marizú, su madre, compañera permanente de Hugo, quiero dedicar estas modestas líneas, escritas exclusivamente desde el afecto personal y con el único objetivo de glosar, siquiera sea de manera muy limitada, su rica personalidad.
Descanse en paz el admirado jurista y querido amigo; hasta siempre, Hugo.